Obesidad infantil
¿Cómo se diagnostica la obesidad infantil?
El diagnóstico de la obesidad infantil generalmente implica una evaluación integral del niño que incluye varios aspectos:
- Medición del índice de masa corporal (IMC): El IMC es una medida que relaciona el peso y la estatura de un individuo. En el caso de los niños, se utiliza un gráfico de percentiles de crecimiento para determinar si su IMC está dentro del rango normal para su edad y sexo. Un IMC por encima del percentil 85 se considera sobrepeso y por encima del percentil 95 se considera obesidad.
- Evaluación médica: Lo ideal es que el pediatra de referencia del niño realice un examen físico detallado para evaluar el estado general de salud del niño. También puede revisar el historial médico familiar y hacer preguntas sobre los hábitos alimentarios, la actividad física y otros factores relevantes.
- Análisis de la alimentación: Un dietista o nutricionista infantil puede realizar un análisis de la alimentación del niño, evaluando su ingesta calórica, el equilibrio de nutrientes y la calidad de los alimentos consumidos.
- Historial de actividad física: Se evaluará el nivel de actividad física del niño, incluyendo el tiempo dedicado a actividades deportivas, juegos al aire libre y otras formas de ejercicio.
- Evaluación psicológica: En algunos casos, se puede realizar una evaluación psicológica para identificar posibles factores emocionales o conductuales que puedan contribuir a la obesidad, como el estrés, la depresión o los trastornos de la alimentación.
Prevalencia de la obesidad infantil en España
Según datos del Estudio ALADINO (2019), que analizó la prevalencia de obesidad y sobrepeso en niños y adolescentes de 6 a 9 años, se encontró lo siguiente:
- La prevalencia de sobrepeso fue del 23,3%.
- La prevalencia de obesidad fue del 18,4%.
- La prevalencia combinada de sobrepeso y obesidad alcanzó el 41,7%.
Factores de riesgo de la obesidad infantil
La obesidad infantil es una condición multifactorial en la que intervienen diversos factores de riesgo, entre los que encontramos:
- Factores genéticos: Existen evidencias de que la obesidad tiende a tener cierta predisposición genética. Si uno o ambos padres son obesos, el niño tiene un mayor riesgo de desarrollar obesidad.
- Alimentación inadecuada: Consumir una dieta rica en alimentos altos en calorías, grasas saturadas, azúcares y alimentos procesados aumenta el riesgo de obesidad infantil. El consumo excesivo de bebidas azucaradas, snacks poco saludables y comidas rápidas son factores de riesgo importantes.
- Inactividad física: La falta de actividad física y el sedentarismo son factores de riesgo para la obesidad infantil. Pasar mucho tiempo frente a pantallas (televisión, computadora, dispositivos móviles) y tener un estilo de vida sedentario limita las oportunidades de ejercicio y quema de calorías.
- Entorno obesogénico: Un entorno que promueve hábitos poco saludables, como la disponibilidad de alimentos poco saludables, publicidad de alimentos dirigida a los niños, falta de áreas de juego seguras y acceso limitado a alimentos frescos y saludables, puede contribuir al desarrollo de la obesidad.
- Factores socioeconómicos: En general, los niños de familias con menor nivel socioeconómico tienen un mayor riesgo de obesidad. Esto puede estar relacionado con una disponibilidad limitada de alimentos saludables, acceso a espacios recreativos y recursos para llevar un estilo de vida activo.
- Factores psicológicos y emocionales: Algunos niños pueden recurrir a la comida como una forma de lidiar con el estrés, la ansiedad, el aburrimiento u otras emociones. Los factores psicológicos y emocionales pueden influir en los hábitos alimentarios y contribuir al desarrollo de la obesidad.
Posibles problemas a futuro
La obesidad infantil es un factor de riesgo para un abanico de patologías. En primer lugar, existe un mayor riesgo de desarrollar enfermedades crónicas como la diabetes, enfermedades cardiovasculares, hipertensión y trastornos metabólicos. Estas condiciones pueden afectar la calidad de vida de los individuos y requerir tratamientos y cuidados médicos a largo plazo. Además, la obesidad infantil puede tener repercusiones psicosociales, ya que los niños pueden experimentar baja autoestima, depresión, ansiedad y dificultades sociales, lo que puede afectar su bienestar emocional y su desarrollo psicológico.
En segundo lugar, la obesidad infantil tiende a persistir en la edad adulta, lo que aumenta el riesgo de obesidad en la vida adulta. Esto a su vez está asociado con un mayor riesgo de complicaciones de salud a largo plazo, como de nuevo, enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, enfermedades articulares, trastornos respiratorios y ciertos tipos de cáncer.
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